La insolencia se yergue desde la ignorancia

 Apuntes para un ensayo sobre la condición del emigrado.

Por Emilio Barreto Ramírez

Una lectura de La ignorancia (Colección Andanzas, de Tusquets Editores, Barcelona, 2000), novela de Milan Kundera, vierte luces sobre la condición del emigrado. A Kundera el tema lo persiguió desde siempre, pues de repente se vio empujado a algo todavía más lesivo: el exilio. Nacido en 1929 en Bohemia, República Checa, decidió establecerse en París, Francia, a mediados de la década de 1970, empujado al vacío por la policía política de la entonces Checoslovaquia. Kundera falleció en 2023, a los 94 años de edad. La segunda mitad de su obra la escribió en francés, lo cual es todavía más testimoniante en torno a su condición de exiliado. En 1989, una vez desaparecido el comunismo en Europa del Este, visitó su país natal evidentemente para adentrarse en toda una zona de interrogaciones con respecto a cuestiones de arraigo y de compromiso acaso desde lo espiritual para consigo mismo y con la tierra que lo vio nacer. Casi con toda seguridad esa visita lo llevó a transitar, en camino de regreso, de la condición de exiliado a la de emigrado. Sin embargo, Kundera ni retornó a su país de origen, ni volvió a escribir en checo. Continuó haciéndolo en francés: señal de que no poco de desarraigo seguía anidando en él. En La inmortalidad (Tusquets Editores, 1989), otra de sus grandes novelas, se refiere a Checoslovaquia como su antigua patria.

La novela de Kundera pone en órbita el tema de la relación entre el aquí y el allá.

Los protagonistas de La ignorancia son Josef e Irena, dos checos en edad madura, cuyas vidas hábiles (juventud y al menos la primera mitad de la madurez) las han desarrollado como inmigrantes en Dinamarca y Francia, respectivamente. Tras el derrumbe del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y posteriormente el desmontaje del socialismo real, estos personajes se ven abocados a planificar cada uno su viaje a Praga, ciudad en la que viven sus respectivas familias. Ambos se muestran reticentes, pero la insistencia de sus parejas les conmina a concretar ese proceso de reencuentro no precisamente con la patria, sino con Praga: la ciudad desde la cual emprendieron el camino de la emigración. A Josef lo empuja el recuerdo de su finada esposa danesa; a Irena la posibilidad real de que su esposo francés abra una empresa en Praga.

A través de estos personajes, la novela de Kundera pone en órbita el dilema eterno de la condición de emigrado: la relación entre el aquí y el allá, la cual se hace notoria en los siguientes momentos: partir de aquí y volver de allá. Al mismo tiempo, como el emigrado no es tal si no tiene delante un alter ego: alguien muy cercano filialmente que decidió permanecer en el país natal, brotan otros dos momentos ubicados en las antípodas de los anteriores, estos son, estar aquí y juzgar el allá. (Debo aclarar que el estar aquí es la permanencia en el país natal; juzgar el allá es poner siempre en tela de juicio despiadado la decisión de emigrar, poco importan las circunstancias.) Estos dos momentos -lo veremos más adelante- son los que tienden a complicar la relación entre el emigrado y su país de origen. Finalmente, las 199 páginas de La ignorancia discursan sobre el aquí y el allá a partir de tres puntos del comportamiento individual y social: 1) el discernimiento en relación con la libertad del individuo, 2) la capacidad de la memoria para mantener incólume el apego del emigrado a su identidad de nacimiento, 3) la noción de patria.

En el contenido del punto 1, el emigrado intenta testimoniar -para sus más cercanos en la tierra de origen y para sí mismo- que decidió partir de su país porque le resultaba insoportable verlo reducido a una ideología humillante. Pero la realidad es que, de un modo u otro, la población en su totalidad es probable sea capaz de sentir lo mismo y, sin embargo, aunque muchos -tal vez muchísimos- se fueron, la mayoría decidió permanecer en su país. Es probable esa mayoría haya obrado de tal manera porque entendía la vida absolutamente inseparable del lugar en el cual había  nacido, crecido e incorporado a la sociedad cada individuo como persona hábil. Pero como la memoria del emigrado suele ser a veces esquiva, por lo general quien emigra no consigue distinguir la legitimidad de algún proyecto de vida que le apeteciera como para terminar de echar raíces identitarias en el país de nacimiento. Por esa razón el emigrado decide atravesar el point of no return y casi siempre lo hace con dinamismo y sin el menor de los complejos. En este instante  es donde se empieza a erguir la insolencia de quienes le han visto partir y echar raíces en otras latitudes completamente ajenas. La insolencia es el juicio festinado que incluye, una veces más, otras menos, la deslegitimación del proyecto del emigrado, más la satanización de este como sujeto de derecho en su país de origen.

En el punto 2 se hacen notar los criterios de Kundera sobre la memoria del emigrado, quien ya posicionado como inmigrante en tierras extranjeras es capaz o no de sumirse en la desmemoria como elemento nocivo en lo que compete a la identidad nacional. De hecho sí, porque en ello coadyuvan incluso hasta los azares por espontáneos que puedan ser. Aún de ese modo, son capaces de generar procesos que llegan para quedarse. Un emigrado en incontables ocasiones carece de motivos y ocasiones para ocuparse en revivir, esto es, mantener los recuerdos del país en el cual ya definitivamente no habita. Para Kundera esta es una "ley de memoria masoquista" que entraña el olvido como un proceso a discurrir en varias etapas en las cuales el inmigrante siente la necesidad de quitarse de encima todo cuanto le disgusta, o le pesa, o le parece pueril, porque definitivamente no encaja en su nueva vida. Finalmente está el amor, o sea, la aparición de una pareja. El inmigrante enamorado se siente absolutamente compelido a una sublimación del presente. Es imposible vivir un amor pleno habitando el pasado. El apego al presente como consecuencia del enamoramiento es la necesidad de tomar distancia de no pocos recuerdos. Aquí es donde la memoria del emigrado vuelve nuevamente a ser esquiva y suscita otra vez el juicio insolente de familiares y amigos que han permanecido en el país natal del emigrado. Kundera, quien vivió mucho e intensamente tanto en sus días reales como en las ficciones que escribió, se muestra por supuesto indulgente con la desmemoria del emigrado, a la cual considera nada descuidada, o desprendida, porque obligatoriamente ha dejado de ejercer influencia sobre el emigrado.

En el punto 3, reservado a la idea de patria, Kundera pone a debate su opinión acerca del tiempo, es decir, la brevedad de la vida humana cuya perspectiva es de poco más o menos 80 años. La vida no es, ni por asomo, lo suficientemente larga como para que un emigrado sea capaz de sentir un apego muy superior al que le irradia su país de origen. Sin embargo, es en este momento cuando se hace más pugnaz la insolencia de quienes esperan la visita del emigrado. Quien regresa lo hace pensando encontrar compromiso con la patria que es preciso reconstruir. Pero entonces lo más probable es que halle actitudes muy distantes del compromiso. Para el emigrado, el tiempo se detuvo para dar paso al compromiso perenne ante lo que considera la tarea de la reconstrucción del país del cual salió porque le molestaba verlo sojuzgado y humillado. Pero al regresar se da cuenta de que han transcurrido no menos de tres generaciones, para las cuales ya no hay cabida -¡ni podrá haberla!- para ideales identitarios tales como el de darlo todo por la nación, porque ni tan siquiera existe una idea medianamente clara de cómo se conforma la nación. Esas generaciones ya no piensan como el emigrado. Las expectativas de ellos se encuentran en otra parte.


Valencia, España, diciembre de 2025.

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