Perdido en el espacio y en el tiempo*
A José, su hija lo invitó a pasar un tiempo en España. Ya estaba próximo a cumplir los 70 años y jamás había salido de Cuba. Incluso durante su vida laboral pocas veces se desplazó a alguna que otra provincia. Toda su historia personal y familiar había transcurrido en una de las provincias del centro de la Isla, donde también nació la niña que, ahora ya mujer a punto de entrar en la madurez, le cursaba una invitación trascendental para ambos, pues José vivía solo en su pueblo, así como ella en Madrid.
En el terruño, José trabajó, fundó una familia y enviudó. También creó amistades perdurables. Lo más curioso de todo es que, más allá de eso, nada le interesaba: existía desde la austeridad hasta la pobreza sin conciencia de que debía y podía vivir mucho más dignamente. Ahora su hija lo animaba a experimentar una vida absolutamente distinta con la idea de que, una vez en España, constatara la mejoría y accediera a pasar el último tramo de su vida degustando las bondades del Primer Mundo, al cual arribó ella quince años antes.
A la salida del Aeropuerto de Barajas, José fue llevado a casa de su hija, ubicada muy cerca de la Puerta del Sol. Apenas traspasó la entrada, la hija comenzó a revisarle el equipaje, con el objetivo de acomodar las pertenencias en la cómoda y el armario en el cuarto reservado para su padre. Lo primero que le llamó la atención fueron tres calzoncillos con huecos y tres pares de calcetines gastados en el talón. Se quedó medio aturdida, pero rápidamente buscó pertrechos para su conciencia en recuerdos del Período Especial, es decir, en la entrada de su adolescencia, y así lograr entender el estado de la ropa interior de su padre. Levantó dos calzoncillos y exclamó: "¡De eso nada: con esta miseria no te puedes vestir! Mañana iremos al mercadillo y resolveremos de una vez por todas este asunto". José no alcanzaba a comprender por qué semejante estado de alarma pues, en definitiva, tanto los calzoncillos como los calcetines "lo que necesitan son puntadas de remiendo: un zurcidito para seguir tirando. ¡No hay que andar gastando dinero, mija!"
-¡Qué dinero gastado, ni qué ocho cuartos!- La hija, ya molesta, empezó a valerse de la jerga cubana para que el padre la entendiera bien! -No se puede andar hecho un desastre! Además, el comunismo ya quedó atrás. ¡Esta es la verdadera vida. Así que mañana, al mercadillo!
Terminó de acomodar lo poco que servía de cuanto traía José en la maleta de ruedas que ella misma le había enviado especialmente para el viaje. Después le mostró la casa. Primero lo llevó al cuarto perfectamente arreglado y de inmediato a los dos baños con que contaba el apartamento. El del fondo sería exclusivamente para él. Dentro de unos instantes, después que ella pusiera a cocinar la comida, acondicionarían el baño, pero que él ya podía ir acomodando sus pertenencias de uso diario. Allá fue José con su equipaje de mano, para colocar lo poco que le interesaba. Pasado un cuarto de hora se apareció su hija, quien no hizo más que asomar la nariz y empezó a horrorizarse al contabilizar un cepillo dental con la cerda completamente abierta y empobrecida. Un tubo de pasta absolutamente plano y curvo por los estiramientos a los cuales lo sometía José con sus dedos grandes, gruesos y potentes de campesino acostumbrado a trabajar doblando el lomo. La hija continuó haciendo una panorámica con la vista hasta tropezarse con una brocha de afeitar, a la cual le quedaría acaso un centenar de pelos. Justo al lado estaba la máquina de afeitar, con una hoja puesta que, se veía, apenas cortaba.
- ¿Cómo es posible que puedas usar esto? -preguntó la hija algo endemoniada.
Para José aquello no era un problema. Por eso no tenía manera de responder. Aún así, atinó a formular una respuesta:
- Eso se resuelve muy fácil: planchando la hoja, el filo se asienta.
A la hija casi le sobreviene un vahído. De manera que optó por sentarse en el muro de la bañera para terminar la inspección. Al final decidió que era preciso abastecer a su padre de todos aquellos artículos de primera necesidad, porque "el pobre, hasta había cargado con una toalla gastada".
Antes de la comida, la hija le mostró la cocina y cómo funcionaba, así como el modo de hacer café, que tanto le gustaba a su padre, "¡y mira qué sorpresa!": un pomo de mayonesa para él solo. José abrió los ojos, acarició el pomo y murmuró acerca de "que dure mucho y no se acabe tan rápido". "¡Nada de eso. Usted no escatime: se acaba y se vuelve a comprar!" José asintió visiblemente deslumbrado.
Una semana después, José ya estaba más o menos adaptado: salía diariamente a caminar en línea recta tramos cada vez más largos para ir conociendo Madrid. Durante uno de esos paseos, su hija se dispuso a encender la lavadora, pues su padre ya tendría mucha ropa sucia, sobre todo interior. Fue hasta el cuarto de José y buscó en el contenedor de ropa sucia que le regaló a su llegada. Para sorpresa de ella, nada más había una camisa y se suponía que hubiese ropa interior de siete días. La perplejidad había comenzado a invadirla nuevamente. Comenzó a buscar por todo el cuarto. En las gavetas de la cómoda halló cinco calzoncillos y cinco pares de calcetines sin estrenar, de los siete de cada cosa que le había comprado en el mercadillo. Buscó en el armario, dentro de la maleta de viaje. Regresó a la cómoda, pasó a otra gaveta y encontró el pomo de mayonesa que se había terminado, ahora perfectamente lavado y lleno hasta la mitad de tabletas de aspirina traídas de Cuba. Fuera tenía pegada una tira de papel blanco con el nombre del medicamento manuscrito. También halló un pomo de jalea de membrillo que ella misma había terminado haría dos noches y le pidió que lo tirara a la basura. Pero evidentemente José no lo hizo. Le pareció mejor lavarlo meticulosamente para guardar todo el tratamiento de enalapril. Tanta ignorancia y pobreza mental le indignaron, pero la curiosidad todavía pudo más. ¿Cómo José pudo conseguir un fregado tan perfecto nada más y nada menos que en todo un pomo de mayonesa? En pocos segundos le vino a la mente la imagen de su padre, treinta años atrás, absorbiendo salsas en la superficies de platos, cazuelas y ollas, con el mejor de los recursos: uno, dos o tres mendrugos de pan. "¡Pero los panes de España en nada se parecen a los de Cuba!", pensó. Tenía razón: los panes españoles no están hechos con masa y corteza dúctiles. Entonces recordó que en el frigorífico a José le había llamado la atención una torta, similar a las de Navidad, seccionada. De manera que con un par de trozos de panetela de la torta, su padre había limpiado las paredes de ambos pomos. "¡Aquí todo se aprovecha, mija!", recordó cuando de niña veía a su padre, literalmente, raspando platos y cazuelas. Distanciada desde hacía tiempo de tales recursos de una pobreza tendente a la indigencia, y en consecuencia atónita, cerró la gaveta, se irguió y dejó escapar un soplido liberador. Miró en derredor por todo el cuarto. Se acercó a la ventana. Notó que no estaba bien cerrada. Aguzó la vista y advirtió un palillo de tendedero prensando uno de los barrotes de la ventana. Le extrañó sobremanera. Así que abrió completamente la ventana. Entonces descubrió, tendidos hacia la calle, aireándose a modo de banderas, un calzoncillo y un par de calcetines. Su padre llevaba una semana ejerciendo el método cubano de "quita y pon", el cual enseguida le recordó a su abuelo, quien se lo contaba las no pocas veces que le hizo el anecdotario de la Zafra del 70.
Durante dos o tres minutos miró el par de prendas de ropa interior moviéndose a merced del aire. Tuvo la sensación de haber sido arrojada, escupida nuevamente al empobrecido pueblo del cual había salido hacía quince años. Cerró la ventana. Se fue al salón. Era finales de septiembre. El otoño comenzaba a dejar sentir sus bondadosas temperaturas. Sin embargo, ella sudaba. Encendió el aire acondicionado y, exhausta, se dejó caer en el sofá.
* Escrito en Valencia, España, en julio de 2024. Autor: Emilio Barreto Ramírez. Relato inédito. Forma parte de un libro de cuentos ya terminado.
Muy buen cuento. Impresionante la realidad que esconde y pese a ello se lee con una sonrisa en los labios. En los últimos años han tenido que salir de Cuba personas no tan jóvenes que tropiezan con muchos inconvenientes.
ResponderEliminarMuy simpático!! La vida en sistemas diferentes!
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