En la calle del Primer Mundo*
Mientras cruzaba el Atlántico en un vuelo de Air France procedente de París con destino a La Habana, Walter había estado reparando en la investigación académica que debía realizar luego de dos meses de estudios postdoctorales en la Ciudad Luz, donde había invertido gran parte de su tiempo en leer una copiosa bibliografía sobre producción simbólica de la Modernidad temprana en el Nuevo Mundo. La tarea de Walter consistía en escribir un informe de investigación en torno al influjo de la simbología de lo moderno citadino en La Habana, así como en la preparación de una asignatura para curso de verano, en la cual habría de referirse a la impronta de los emblemas del Iluminismo en la conformación de la identidad nacional cubana.
Ocho horas de vuelo le bastaron para decidir el diseño del curso a partir del desmontaje semiológico de la avenida Carlos III, acaso el núcleo urbano más representativo de los elementos sociales de la Modernidad en Cuba. Como primer paso metodológico se propuso un recorrido por toda la Avenida que le favoreciera la observación participante.
Tres días después, en su primer fin de semana, Walter se organizó un tour que comenzaba en la intersección de las avenidas Reina y Galiano, en la entrada del Municipio Centro Habana. Atrás dejaba La Habana Vieja, lo cual le daba un sentido al paseo: daría inicio superando el largo período de la isla de Cuba como provincia española, aun cuando en la avenida Reina no encontraba elementos de emancipación política y social. La avenida Reina está formada por grandes portales. Es una calle cerrada y los portales le confieren mayor estrechez, así como más oscuridad si se le contrasta con las respectivas amplitudes de Galiano y Carlos III. En cierto sentido, a Walter la estrechez y la oscuridad le parecieron elementos medievales. Sin embargo, de no existir esos portales, la calle habría estado demasiado a merced de la luz solar, lo cual la haría a duras penas transitable. Así que, al final, la estrechez medieval le pareció digna de agradecimiento, pues Reina es calle de tránsito para vehículos y peatones. Finalmente la vio como una calle que conecta a la Ex Provincia de Ultramar con la Era Moderna: comprometida con los ideales republicanos y por ende con el liberalismo avanzado.
La apreció también como calle de comercios. La actividad comercial en las fronteras de Europa y Asia en el crepúsculo del siglo XII fue la que comenzó a dinamitar el feudalismo. El comercio es, en sí, una actividad económica, social y cultural moderna. Todo eso pensaba Walter mientras avanzaba por los portales de Reina en dirección a la esquina de Reina y Belascoaín. Al llegar a ese punto, sintió la proximidad de las Luces, los estertores de la Edad Media y el florecimiento del progreso. Quien viene desde La Habana Vieja, al final de la Avenida Reina se encuentra con la majestuosidad de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la cual es muestra fiel del gótico: estilo en el cual fueron concebidas y construidas las grandes catedrales de la Alta Edad Media.
Walter dispuso, desde la distancia, una breve ojeada a la tienda por departamentos en la acera de enfrente, donde había estado en tantas ocasiones: una tienda por departamentos que nació como La Casa de los Tres Quilos durante la República burguesa pero, avanzado el Estado obrero, pasó por un cambio de nombre para asumir el de Yumurí. La Casa de los Tres Quilos fue pensada al mejor estilo de los almacenes que tipificaron la sociedad de consumo ya en la Modernidad tardía, pero en este caso se trataba del consumo de la clase media, a la postre otro de los emblemas de la Era Moderna que impulsó el capitalismo.
Frente a frente se hallan el emblema del feudalismo (la Iglesia) y el del capitalismo (el progreso económico representado en la producción a gran escala y el consumo). Walter optó por terminar la confrontación y cruzar la calle Belascoaín con el propósito de detenerse en el portal del templo masónico. Mientras cruzaba la calle, tomaba conciencia de dos peculiaridades. Primera: Carlos III es una calle abierta y ancha de tres vías para automóviles. Esa amplitud la convierte en un espacio de mucha claridad. Tal amplitud urbana es propiedad intrínseca del capitalismo con sus avenidas largas y anchas, adornadas por los grandes almacenes, los edificios de apartamentos, los bancos, las instituciones de servicio público. Todo eso en lugares abiertos, amplios y claros. La claridad es luz y esta es una peculiaridad de la Era Moderna. En la Modernidad, la claridad es, del mismo modo, transparencia en el debate de las ideas que se ponen en juego en la consecución de la democracia en el centro de la sociedad civil. Segunda: la intersección de las calles Reina y Belascoaín, precisamente en la esquina en la cual se yergue el templo de la Logia Masónica, hay todo el tiempo, no importa la estación del año, una adorable corriente de aire que se constituye en un microclima: son los vientos de una nueva época: un tiempo de cambio que redundó en el definitivo fortalecimiento de la institucionalidad primero sobre la base de la reforma, la crítica y la conformación de la sociedad civil. Era la época de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Esto trajo inmediatamente después el republicanismo, la constitucionalidad y la visión de la sociedad como un proyecto pedagógico a través del cual habría de ser educado el individuo para ascender al rango de ciudadano.
Curiosamente, el templo católico se halla en un punto en el cual el desplazamiento de la vista del transeúnte finaliza en el templo masónico. El desplazamiento coincide con la necesidad que tuvieron los patriotas cubanos de 1868 de mirar hacia la francmasonería después de constatar que la jerarquía de la Iglesia católica les diera la espalda en los afanes independentistas. El templo masónico acogió a inicios de la década de 1940 el Congreso Nacional de filiación laicista "Por una escuela cubana en Cuba libre". Unos minutos después, Walter se halló caminando por el portal del Ministerio de la Industria Básica. La actividad ministerial es un logro de la Modernidad al apegarse a la separación de poderes. Los ministerios pertenecen al Poder Ejecutivo y constituyen un instrumento eficaz para la gobernanza. Una cuadra más abajo, se encuentra la Sociedad Económica de Amigos del País, fundada en tiempos del capitán general, don Luis de las Casas, enviado a la isla de Cuba para impulsar los afanes modernizadores que estaba protagonizando España en el centro de una corriente liberal que un par de décadas más tarde matizaría la porfía política en las cortes de Cádiz. De la tribuna de la Sociedad Económica de Amigos del País salieron las propuestas realizadas por las dos grandes generaciones de criollos que pensaron una Cuba próspera: la de los plantacionistas y la del Seminario San Carlos y San Ambrosio.
Walter ladeó un poco la cabeza y reparó en el transporte público, sobre todo en quienes lo utilizaban por esa calle. La mayoría era un público con calificación profesional media y alta. De los ómnibus y de los autos de alquiler salían y entraban muchos profesionales: médicos, estudiantes de medicina, contadores, economistas, sociólogos... Pero la mayoría eran profesionales de la salud, como resultado de la existencia de varios centros hospitalarios en toda la calle: el hospital Emergencia, la Clínica Veterinaria, la Clínica de Estomatología y, un poco más a la derecha, el Hospital General Calixto García. Varios metros más a la derecha se deja ver la Universidad de La Habana, la cual nació siendo real y pontificia.
En el siglo XIX, con el influjo del secularismo iniciado en el Renacimiento y fraguado en la Revolución Francesa, el Real y Pontificio Colegio Universitario San Gerónimo se convirtió en la Universidad de La Habana como un centro docente de vocación pública. La educación profesional en cada vez mayor escala en el ámbito de lo social es un logro absoluto de la Modernidad. A inicios del siglo XX comenzaron a fundarse las distintas asociaciones de profesionales y el pensamiento social contemporáneo tuvo como idea notable aproximarse a las profesiones. Walter se detuvo al final de la Avenida Carlos III. Allí tomó conciencia de que esta une varios municipios: El Cerro, que es territorio industrial; El Vedado, desde el cual se fomentó el cosmopolitismo glamuroso y de clase después de cerrado el primer tercio del siglo XX; la Avenida Boyeros: la arteria que lleva al sitio icónico de la ética de la Nación: la Plaza de la Revolución, que nació como Plaza Cívica, más el Nuevo Vedado, el cual atesora un fondo habitacional que recuerda lo más descollante de la arquitectura y la ingeniería civil estadounidenses del siglo XX puestos en función de los gustos de la burguesía cubana que se fue aristocratizando a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero a partir de un matiz modernizador. Así, a medio camino, por las calles Infanta y San Francisco, se accede al final del Municipio Centro Habana: amplio y de unas décadas al presente superpoblado por las clases medias y bajas que habitan en edificios, así como en solares tal vez frecuentes, algunos de ellos muy bien cuidados. Esas clases medias y bajas se desempeñan en empleos asalariados y en trabajos privados, pero igualmente asalariados.
Walter terminó de reflexionar en torno a la geografía socioeconómica de la Avenida. Se detuvo en La Quinta de los Molinos, otrora residencia del Generalísimo Máximo Gómez Báez, héroe de dos guerras de independencia. Realizó una mirada panorámica a toda la intersección de las avenidas Carlos III, Boyeros, Zapata y Avenida de los Presidentes (o Calle G).
Su mirada se detuvo en el final de toda esa trama urbana, ocupada hace más de seis décadas por grandes vallas para la propaganda de los empeños de la revolución socialista en la creación del hombre nuevo.
Excelente relato de una Habana cada vez más triste, pobre y olvidada de Dios. He tenido la oportunidad de leer el libro íntegro y lo recomiendo mucho.
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