La Cuba futura necesita una población con talante eleccionario
Por Emilio Barreto Ramírez
Cuando sobradamente se sabe que en Cuba, una vez desaparecido el régimen de facto, se procederá al desmontaje del sistema socialista para de inmediato enrumbar el país hacia la transición a la democracia, entonces se torna preciso adquirir conciencia clara acerca de la participación ciudadana en ese empeño y, por ende, cuáles pudieran ser algunas de las estrategias y los recursos para conseguirlo. Como en política nada ocurre por generación espontánea me atreveré, desde la observación histórica en el contexto de la Revolución Francesa, a proponer el bosquejo de una estrategia de comunicación política que consta de tres pasos.
Décadas antes de que tuviera lugar la Toma de La Bastilla, los políticos emergentes conocían todo cuanto iba a ocurrir, porque los textos programáticos ya estaban redactados y encajaban perfectamente en la consecución de la Francia que estaba llamada a inaugurar la Era Moderna. Estos autores fueron Jean-Jacques Rousseau, Voltaire, Diderot, Charles de Montesquieu y Alexis de Tocqueville. A pesar de la existencia de un canon felizmente trazado, no había certeza alguna de que surtiera el efecto positivo deseado en el centro de la gran masa heterogénea que conformaba la población francesa, la cual iba desde los grupos ilustrados hasta los analfabetos -que entonces no eran pocos-, más los alfabetizados pero, como quiera que en cuestiones de ensamblaje de la sociedad democrática esbozada, la participación política de la ciudadanía demandaba una importancia cardinal, estos alfabetizados de inmediato se hacían notar como analfabetos funcionales.
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| Hemiciclo del Capitolio de La Habana. Ala Norte. Foto tomada de Internet. |
Al cabo de más de dos siglos, la pericia fundacional de los franceses permitió que la investigación social de ese mismo país fuese capaz de sintetizar el ascenso de una sociedad enquistada en el encorsetamiento del obscurantismo para las mayorías, hasta la conformación de una sociedad cualitativamente superior, cuya base era la institucionalidad. El proceso en cuestión aparece muy bien fundamentado en el pensamiento del sociólogo Alain Touraine (Crítica de la Modernidad, 2006), quien se ha referido a la Modernidad como el camino en el cual "el sujeto es la voluntad de un individuo de obrar y de ser reconocido como actor" social. Para Michel Foucault -al igual que Touraine un entusiasta del marxismo cultural, pero muy crítico con la inacción en el ámbito de lo social-, la cuestión radica en objetivarse en el auto-reconocimiento y en el reconocimiento a los demás.
Tanto para Touraine como para Foucault, la Modernidad (en el contexto actual podemos leer igualmente la democracia) se concreta en el empoderamiento en primer lugar de la cientificidad y, a renglón seguido, cuando los puntos de comportamiento individual y social son filtrados por la conciencia, la cual, con el condicionamiento del espíritu del ser moderno, ha colocado, a manera de común denominador en el ámbito de lo social, la vocación por la libertad en lo que concierne a la individualidad en la sociedad. Tanto es así que las ansias de progreso y la aclamación por un estado constitucional serían nulas sin la presencia de sujetos sociales definidos a partir de una relación dialéctica entre la razón y la subjetivación del individuo (Barreto Ramírez, La Patria entre la Cruz y la Espada. Análisis de la eticidad en el periodismo y el ensayo independentistas de Félix Varela. Cuba Posible, La Habana, 2015.)
Lo anterior constituiría el primer paso; el segundo es el ejercicio correcto del individuo en su condición de sujeto de poder. En Microfísica del poder (1992), Michel Foucault afirma que el poder se manifiesta en un proceso circulante: funciona a través de todo el tejido social. Los elementos que conforman esa red son los sujetos, quienes en momentos determinados detentan el poder y en otros sufren el arbitrio del poder practicado por otra individualidad. O sea, el poder no permanece inalterable en los sujetos. De ahí que Foucault se refiera a los micropoderes que constituyen arbitrios de la individualidad en su respectiva área de desempeño en la forja de las sociedades modernas. Esta ampliación del concepto de poder revela la necesidad de la crítica permanente. Por tanto, la crítica es preciso parta de lo esencial: el individuo apreciado como esencia para la consecución del sujeto social (Barreto Ramírez, ibídem). Para lo que nos concierne en el caso de la Cuba futura, el individuo ha de salir al ruedo de lo social con el propósito de convertirse en un sujeto activo: capaz de ejercer el criterio en las urnas con responsabilidad absoluta y, sobre todo, con mucha sensatez. Para ello requiere de poner en órbita todo un reservorio de moralidad comprometida con el presente y el futuro de la nación.
Ello da lugar al tercer paso: un aporte del pensamiento clásico alemán en torno a la Modernidad. El autor es Emmanuel Kant, quien llegó a decir: "Obra de tal modo que trates a la humanidad tanto en tu persona como la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio". Para Kant, la libertad se ejerce y es arbitrio de cada cual. Eso sí, al practicar la libertad de manera autónoma el ser humano debe vigilar si sus normas morales, o sea, las dictadas por su conciencia, pueden ser calificadas de universales. Por consiguiente, en el pensamiento de Kant, la libertad individual tiene una relevancia con un notable peso específico que termina por desterrar cualquier relación de dominación entre un ser humano y otro (Barreto Ramírez, ibídem).
En concreto, para la Cuba futura, esto es, en transición a la democracia, se requiere un liderazgo político temporal capaz de facilitar el proceso de educar a una población electora absolutamente desvalida en el ejercicio del escrutinio y, lo que es peor aún, raigalmente desprovista de sagacidad para el discernimiento en ámbitos preeleccionarios. Esta condición hace todavía mucho más precario el diagnóstico para un país que, paradójicamente, cuenta con pensadores liberales que emergen con fuerza notoria en contextos de discursos políticos muy bien articulados dentro del Primer Mundo.
Los clubes y salones franceses que constituyeron el germen de la esfera pública en la Francia fundadora de la Modernidad, pudieran ser ensayados en la Cuba futura en la modalidad de las redes sociales pensadas para líderes de opinión capaces de conducir debates horizontales hasta con el más discreto de los ciudadanos comunes no solo en YouTube; también en WhatsApp, en X (Twitter), incluso en Tik Tok sin el menor de los remilgos. Basta que en tales intercambios aparezcan los contrastes de toda una sociedad emancipada en la policromía de criterios divergentes, pero todos y cada uno manifestados en la búsqueda ascendente de la más estricta sensatez. En 1789 los franceses se jugaban la inauguración de la Era luminosa más allá de lo promisorio. En la entrada del segundo cuarto del siglo XXI, los cubanos estamos apostando a la consecución del Estado de Derecho, sin el cual será imposible resolver ni tan siquiera lo más mínimo en lo tocante a crecimiento económico. El Estado de Derecho es transversal al desarrollo del país en todos los órdenes.
Nota:
Este artículo está publicado originalmente en Cuba Próxima. Centro de Estudios para el Estado de Derecho, el 5 de noviembre de 2025.

Sería una verdadera revolución del pensamiento político cubano, que solo supería la prostración con valores como libertad individual, el gobierno representativo, el imperio de la ley y la libertad de culto. La clave del liderazgo renovador pasaría por articular la iluminación con una remisión palpable de la pobreza.
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