La tercera pregunta
La sirena sonó a la hora señalada en el itinerario de viajes. Las autoridades de la ciudad se habían dado cita para despedir aquella comitiva que iría a varias urbes importantes. Los pasajeros eran todos pertenecientes a las clases alta y media alta, respectivamente. Solo unos pocos viajeros eran empleados, pero poseían instrucción profesional e ilustración, aun cuando no eran depositarios de linaje dentro de la alta sociedad.
El viaje era un experimento liderado por pudientes para en cuanto surtiera efecto legarle los justos beneficios a los segmentos sociales más desposeídos. La presencia de las autoridades del gobierno citadino se había decidido por estricta formalidad, pues ninguno de los allí convocados creía en la utilidad de aquel viaje concebido como una exploración encaminada a procurar la justicia social. En cada parada, una representación de la comitiva bajaría del tren para dialogar con las autoridades del lugar, presentar la agenda del viaje y conversar con una representación de cada uno de los estamentos de la sociedad y finalmente resolver provisiones de todo tipo para continuar viaje.
Cuando el tren comenzó a alejarse, y no se divisaban los pañuelos que las damas hacían ondear fuera de las ventanillas, ni los sombreros de los caballeros, la comisión para el acto de despedida comenzó a retirarse entre murmullos que hacían denotar la tranquilidad de quienes habían conseguido sacarse un peso de encima.
El tren realizó una parada luego de siete horas casi ininterrumpidas de camino. Los viajeros habían llegado a una de las capitales previstas para ejercer una labor de proselitismo político o de laicismo ideologizante. En el andén se hallaba un funcionario del gobierno local, comisionado por la más alta instancia para recibir a tan enigmática delegación. De parte de los peregrinos políticos se dejó ver un hombre maduro, recién instalado en la sesentena, con abundante cabellera y barba canosas. Lo distinguían ademanes algo enérgicos y una educación esmerada. Apenas comenzó a presentarse, el comisionado se percató de que su interlocutor poseía una instrucción muy alta y gran capacidad de persuasión, aunque la radicalidad de los vocablos que empleaba no lo hacían del todo persuasivo.
Después del diálogo preliminar, el comisionado llevó a la delegación de ideólogos a un salón del gobierno, en donde tendría lugar un encuentro magno con una representación de hombres de negocios y de todo el ámbito empresarial no solo pertenecientes a esa gran metrópoli, sino procedentes de varias capitales de la región. Los peregrinos se asombraron porque se trataba de lugares a los cuales tenían programado llegar como parte de una agenda bien conformada. Pero rápidamente, en una especie de agasajo protocolar previo a la reunión concebida como una conferencia o exposición de nociones, ideas y conceptos, los peregrinos políticos constataron que todo aquel quorum se había puesto de acuerdo para sostener un encuentro político de intereses comunes, pues la agenda de los peregrinos condicionaba objetivos de alcance global.
Ante ello, los peregrinos vieron la posibilidad de conseguir en el primer destino el cúmulo de propósitos previsto para casi un mes de viaje. Estaba acordado que usara la palabra el señor maduro, canoso y de barba, bien educado, quien fue presentado por el comisionado del jefe del Gobierno de la ciudad. El señor de mediana edad, de cabellera y barba canosas, habló de Estado de Bienestar y sus conceptos cautivaron a una parte visible del auditorio, el cual se mostró atento y sonriente, y así se mantuvo hasta que el orador comenzó a adentrarse en la relación entre la distribución de la riqueza sobre la base de la propiedad social socialista.
A partir de entonces, a duras penas consiguió concluir la idea. Y si lo hizo fue sobre la base de garantizar que se sometiera a un inventario de preguntas al final de la disertación.
Después de exponer la última noción y dar las gracias al auditorio, el disertante ilustrado renovó la total disposición para responder las preguntas que fueran necesarias y que lo haría por ciclos o grupos de preguntas. Inicialmente recibiría tres preguntas en pequeños papeles de notas o memorándum. Ello le facilitaría organizar las respuestas. Así le llegó la primera: "¿Cómo resolvería el socialismo la cuestión del incremento de la riqueza individual para fomentar un sólido tesoro familiar?" De inmediato apareció la segunda: "¿Cómo fundamenta el socialismo la consecución de una sociedad próspera a pesar de hallarse esta enmarcada dentro de un Estado obrero y por ende asalariado?". El disertante miró ambas solicitudes y esbozó una ligera sonrisa: señal de que podía relacionar satisfactoriamente las respuestas. De pronto levantó la vista para interrogar al auditorio:
-¿No hay más preguntas? ¡Podemos llegar a tres en este primer momento!
Acto seguido, en el fondo, como un resorte, salió disparada hacia arriba una mano con un papel. El orador pidió que lo hicieran llegar. El papel comenzó a viajar hacia adelante con el concurso del propio auditorio hasta que llegó al orador, quien al clavar la vista en la pregunta leyó para sí: "Si el sistema es tan bueno, ¿por qué se llama socialista?". El orador hizo desaparecer de su rostro el esbozo de sonrisa. Puso los tres papeles en orden y se acercó a la tribuna.
La Habana, Cuba, agosto de 2021.
Nota:
Este cuento es parte de mi libro de relatos Tan seguro como el tiempo, publicado por la Editorial Diversidad Literaria, en Madrid, año 2024.
 
 
 
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