Vox y la Iglesia católica en la esfera pública

A partir del rifirrafe entre Vox y la Conferencia Episcopal Española en torno al veto de los actos musulmanes en Jumilla, en una entrevista concedida al diario digital The Objective, el pensador Miguel Ángel Quintana Paz, a la sazón asesor de esa formación política, apuesta porque Vox no sea "un partido católico ´enzarzado (en el sentido coaligado) con la jerarquía eclesial´, sino uno gibelino. Esto es, que sea capaz de hablar de tú a tú con los obispos". Hasta ahí todo marcha a la perfección. Pero en el curso de la conversación señala que el Episcopado está "todo el día opinando de Gaza, de Jumilla, de los polideportivos...están hablando de un montón de cositas, pero deberían incidir más en qué significa la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Punto. Cuenta a los españoles que están redimidos, que pueden estar salvados. Pero no están en eso. En los medios que son de su responsabilidad no están contando eso".

El criterio de Quintana Paz resulta cuando menos alarmante, pues ello sería condenar a la Iglesia a una acción limitada exclusivamente al ámbito de lo privado. A partir de ahí se le extravía a Quintana Paz -quien es católico- la condición de la Iglesia católica como institución de derecho público. Si bien Vox -aunque de inspiración cristiana- ha de ser un partido gibelino, pues la Iglesia tiene todo el derecho de preservar para ella la posibilidad de irradiarse más allá del ámbito del sermón catequético intraeclesial mediante el ejercicio de la opinión en lo inherente a cada uno de los ámbitos de la sociedad civil. Al respecto, una explicación mucho más detallada aparece en el artículo que publico debajo de estas líneas. Se trata de unas ideas que desarrollé en el ya lejano 2006, por encargo de la revista Espacio Laical, del Consejo Diocesano de Laicos de la Arquidiócesis de La Habana. Para darlo a conocer en esta tribuna, lo he sometido a algunas reconsideraciones de contenido y forma a propósito del contexto actual. Antes de dar paso al artículo, dejo absolutamente claro que la receta de Quintana Paz para el Episcopado de España la percibo -como ya he afirmado- alarmante, por ser un paso hacia la censura de corte autocrático.

E.B.R.    

Las fibras de la Iglesia en la evangelización de la cultura 

Por Emilio Barreto Ramírez


Cuando "la cultura se propone en el horizonte de la transmisión del Evangelio" (Gaudium et spes, 53-62) se hace patente la misión del Consejo Pontificio de la Cultura.

 Esta afirmación implica la necesidad de analizar dos cuestiones: primera, qué es la cultura en el horizonte de la transmisión del Evangelio y, segunda, qué es el Consejo Pontificio de la Cultura. Comenzaré, sin embargo, por la segunda; la presentación de este Dicasterio de la Santa Sede dibujará el interrogante: acaso una de las prioridades en la pastoral de la Iglesia católica.

I

El 20 de mayo de 1982 el papa Juan Pablo II le confirió representación institucional a las pláticas con las culturas y a la evangelización de éstas por medio del Consejo Pontificio de la Cultura: a la sazón, un empeño cargado de un nuevo humanismo llamado a reunir los ímpetus, las pujanzas, las fibras de la Iglesia...para que las culturas fuesen evangelizadas y, por consiguiente, el Evangelio inculturado. Desde entonces, en nombre de la Santa Sede, el Consejo Pontificio de la cultura colaboraba en los alientos que estimulan, ensayan y originan las culturas. Igualmente, este Dicasterio vivifica a las Conferencias Episcopales y a las Iglesias locales en el fomento de Centros Culturales Católicos como espacios en los cuales se especifica la cultura cristiana. El Consejo Pontificio de la Cultura se hace presente en los organismos internacionales de ciencia, cultura y educación, así como en aquellos que sistematizan las políticas culturales en sus respectivas naciones. Este cúmulo de tareas consta de tres propósitos: -) primero: facilitar el diálogo fe-cultura, -) segundo: promover el testimonio cristiano, y -) tercero: construir puentes de encuentro con el Evangelio.

Sede del Consejo Pontificio para la Cultura, fundado por el papa Juan Pablo II con el objetivo de facilitar el diálogo de la Iglesia en cada uno de los ambientes de la sociedad civil.

Desde su creación, el Consejo Pontificio de la Cultura se ha ocupado en dar una respuesta a los fenómenos del ateísmo, el agnosticismo, la incredulidad práctica y la pérdida del prisma escatológico de la vida. Esas han sido tareas inaugurales -e históricas, por tornarse no sólo persistentes, sino álgidas. Pero, debido a los tiempos que corren, se ha hecho urgente agregar nuevas prioridades, tales como las realidades contemporáneas de la globalización, la secularización que se mueve por todos los confines de Occidente y el postmodernismo caracterizado por el sesgo de lo banal. En consonancia con las jerarquías añadidas se aquilata una visión renovada: el futuro de la fe depende, en un porciento enorme, del modo de presentarla. Como parte indisoluble de su misión, la Iglesia está llamada a ofrecer un testimonio de credibilidad para que la experiencia de fe constituya fuente de plenitud y gozo, de felicidad y de paz. Sobre este punto volveré más adelante, luego de provocar una aproximación al concepto cultura en clave católica.

II

Al referirme a la cultura en clave de cristiandad católica lo hago desde varias expresiones. Es decir, no me circunscribo únicamente a la cultura como expresión vinculada a las bellas artes o al arte popular. Considero menester, también, identificar a la cultura con la identidad de cada pueblo, con el alma de cada nación, así como con el ethos en lo social que termina por plasmar una huella persistente en cada persona. En este sentido, el área trascendente de la misión de la Iglesia en relación con la cultura es la persona.

Juan Pablo II reconocía en la cultura el terreno en el cual la Iglesia tendría que fundamentar siempre su capacidad como institución de derecho público.

Se debe clarificar el concepto cultura que, en la visión del postmodernismo secularizador, le es adjudicada una amplitud polisémica. En este bolsón enorme la cultura cabe en muchas y disímiles formas. Y todas son diferentes en sí mismas: a saber, cultura de la ecología (en relación con la naturaleza), cultura artística y literaria (relacionada con la creación intelectual), cultura del desarrollo (referente al progreso), cultura de lo identitario (en ella van los elementos autóctonos, el modo de pensar)... Ninguna de ellas anda en malos pasos, pero, aunque expresiones de la cultura, por separado no conforman la cultura, la cual es estandarte unitario de todos los ambientes a través de los cuales el ser humano desborda sus necesidades y sus capacidades espirituales genuinas.

Alcanzar a la persona humana en lo más profundo del ser es faena que tropieza con dificultades de orden sociocultural: hablo de frenos institucionalizados por la tendencia a la puerilidad en los perfiles mediáticos. De ahí que la Iglesia insista en la tenacidad que se requiere de parte de los agentes comprometidos con la pastoral de la cultura. No es bueno perder de vista que el drama de finales del siglo XX e inicios del XXI es la agudización de la ruptura entre el Evangelio y la cultura. Por ello, en tal sentido, la catequesis, en su acepción más seria y profunda, invita a que la Iglesia se apoye no sólo en el Evangelio, sino también en la filosofía, para ofrecer al hombre del presente, además de hechos, razones.

III

Al final del epígrafe I anuncié que regresaría sobre el tema de la misión de la Iglesia en la particularidad de ofrecer un testimonio de credibilidad para el cual la experiencia de fe constituya fuente de plenitud y de gozo, de felicidad y de paz. Esto consiste en la búsqueda de la belleza para representar la bonanza de la catolicidad. Comencemos por el término evangelizar. ¿Con qué se identifica el vocablo evangelizar? Pues con la transmisión del Evangelio a las personas, a las comunidades, en fin, a las conciencias. Es la tarea comprendida como evangelizar la cultura de forma tal que la persona consiga percibir un nexo entre la fe y la cultura. Eso, a la postre, fructificaría primero en el languidecimiento y un poco después en la desaparición del drama de nuestro tiempo. Para evangelizar la cultura es indispensable incorporar a la comunicación la belleza, o sea, el encanto de las palabras, las formas, las imágenes y los sonidos. La comunicación arropada con la majestuosidad del encanto es el elixir para llevar y colocar amorosamente el mensaje de la Iglesia en los sitios donde imperan los flagelos que infligen mayor daño al ser humano en la era postmoderna: 1) el terrorismo, 2) la postergación de acciones decisivas encaminadas a ponderar la justicia social, 3) el diálogo interreligioso no llevado a término, 4) las pugnas intestinas por el poder político, 5) la obstinación del poder temporal de limitar la religión al ámbito de lo privado. Debe incluirse en este punto el racionalismo científico a ultranza, enfrascado en desautorizar la búsqueda de lo Trascendente, 6) la banalización del pensamiento en casi todos los los ambientes como consecuencia del alcance de la filosofía del consumo desmedido. Estos azotes diseñan el arco de calamidades que impulsó al papa Benedicto XVI a pronunciarse en relación con la necesidad de búsqueda de un consenso acerca de la ética que favorezca el diálogo entre todos los sistemas de pensamiento en el mundo.

Para Benedicto XVI era fundamental la necesidad de búsqueda de un consenso acerca de una ética para el diálogo entre los sistemas de pensamiento.

En la comunicación eclesial la belleza no admite emparentamientos con lo enrevesado y menos con lo light. A tenor de esta afirmación diría que existen normas, pasos, reglas -acaso una deontología- para hacer efectiva la tarea de la belleza en la evangelización de la cultura. Esto requiere un desmontaje. Decía, con anterioridad, que la Iglesia, convencida de la necesidad de ofrecer a la sociedad razones, cuenta con fundamentos que, por derecho propio, se hallan al servicio de la evangelización de la cultura. A ellos voy a referirme con alguna calma. Existen al respecto dos órdenes: el teórico y el práctico. El orden teórico contiene cuatro dimensiones: una cristológica (pasión, muerte, resurrección y ascensión), una antropológica (la Palabra hecha carne), una eclesiológica (el lugar de la cultura cristiana) y una pneumatológica (el vigor de la transmisión del Evangelio en las distintas culturas). Luego está el orden práctico, en el cual la Iglesia se esmera en irradiar un anuncio comprensible, interesante y verdadero, es decir, que sea captado y deseado por la persona, porque transmite la Verdad de Cristo (revista Culturas y Fe, 2002: 174). La Iglesia se apoya en estos dos órdenes para presentar a las culturas un proyecto de vida tangible, que no se empantane en lo puramente retórico, porque la realidad exige actos concretos.

IV

La evangelización de la cultura tampoco pierde de vista las habilidades persuasivas de una zona tan torpe como pujante en el secularismo actual, cuyo asidero es el postmodernismo de carácter relativista. El relativismo (ahora en la modalidad de la cultura woke) adultera, según le convenga, acaso varios de los genuinos valores del cristianismo, así como otros también nobles que han hundido raíces en el corazón de las culturas. Pero la Iglesia cuenta con un valor enorme: la libertad en Cristo, que es la libertad de la conciencia individual para elegir caminos conducentes a la paz, el amor, el bienestar espiritual, y al diálogo para el entendimiento entre los seres humanos y entre las comunidades. Sin embargo, el ser humano de esta era se halla envuelto en la vorágine de la globalización del relativismo y ello le ha impedido reparar serenamente en la plenitud que confiere la libertad en Cristo que, añadido sea de paso, posibilita vivir libre del consumismo a ultranza. Dado ese caso, la Iglesia se ve urgida de dirigir su mensaje a los ambientes teniendo en cuenta las características de éstos.

Hay zonas inherentes a la evangelización de la cultura, como por ejemplo: la educación y los mass media. En ambos la Iglesia debe llegar con sus prioridades: -) la superioridad del espíritu sobre la materia; -) la del ser humano sobre las cosas, y -) de la ética sobre la tecnología. Otros zonas son: la familia, la parroquia (igualmente con tres prioridades: -) fidelidad a la tradición, al Evangelio y a Cristo, -) fidelidad a la comunión con la Iglesia, y -) fidelidad a la cultura de la vida). Finalmente, como apéndice fundamental de la evangelización de la cultura, relaciono la preparación de los formadores.

No se puede hablar de inculturación de la fe sin una comunidad. Por ello es indispensable exigir en los formadores, sean sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y laicos, los siguientes requisitos: -) dar testimonio de una sólida base humana, -) hacer opción radical por la vida cristiana, -) experimentar una profundización en la fe, libremente asumida, -) vivir una real comunión eclesial, -) caminar hacia la intensidad espiritual, -) conocer el ministerio que le corresponde ejercer, así como sus implicaciones, -) desarrollar una vida exigente en lo fraterno, -) procurar la profundidad teológica, -) reconocer la importancia de la Sagrada Escritura, -) sublimar la cualificación pastoral en lo teórico y en lo práctico, según las necesidades de cada cultura.

V

Finalizo con una aproximación al concepto inculturación de la fe en su relación con  la evangelización de la cultura. Para hacerlo regresaré nuevamente a la misión de la Iglesia en la jerarquía institucional del Consejo Pontificio de la Cultura. La inculturación de la fe y la evangelización de la cultura se necesitan mutuamente. No se puede dar una sin la otra, pero el punto de partida será siempre la vida de fe. Entre sus tareas, el Consejo Pontificio de la Cultura tiene la de construir una especificación de cuanto concierne a la evangelización de la cultura. En el centro de ese diseño o agenda de trabajo aparecen los momentos de reflexión para animar las iniciativas que ayuden en este empeño.

La esperanza es que con el concurso de las comisiones de cultura -episcopales y diocesanas-, sea posible la irradiación a todos los campos de la pastoral. Las comisiones episcopales y diocesanas tienen la responsabilidad de convertirse en cercanas de cuanto espacio sociocultural ocupa un sitio en la conciencia del pueblo. Por esta vía puede propiciarse la creación de espacios de diálogo, de debate con los intelectuales, los políticos, los funcionarios, los periodistas, los científicos, los artistas y todos aquellos que intervienen en la formación de las conciencias. Para estos menesteres son de ayuda enorme los medios de comunicación de la Iglesia. Mediante ellos, la pastoral de la cultura puede tender puentes que acerquen las ideas de todas las personas de buena voluntad.

El Evangelio es un misterio a inculturar, no a imponer. El asunto es abordar la cuestión de la Verdad superando las actitudes paralizantes. En resumidas cuentas, la asunción de la Verdad (escrita con mayúscula) es una decisión que si bien está por encima de compulsiones masivas, tampoco admite demasiado la parálisis producida por las posturas calculadoras como condicionantes del medio. Esta es una Verdad que ha de producir un cambio de ánimo, pues parte del concepto de naturaleza de la persona para presentar a la Iglesia como familia de Dios, comunión universal que abre las puertas de la esperanza, de la justicia, de la paz, de la igualdad, del perdón. Y todas estas son, en resumida cuenta, realidades que interesan a la comunidad mundial.

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