Esperando el Cometa Halley

Ilustración alusiva al paso de un cometa

Eladio estiró un poco su brazo derecho hasta alcanzar el teléfono celular ubicado siempre sobre una pequeña mesa a la derecha del sillón, encima de algún libro o revista, según la lectura de turno en cada una de sus tardes. Eran también las horas en las cuales, además de leer, solía conversar consigo mismo en unos apoteósicos diálogos interiores.

Cuando tuvo el móvil en su mano derecha, con la izquierda se reacomodó las gafas, clavó la vista en la pantalla, buscó la agenda de sus contactos y se detuvo en el número de Carla. "¡Carla!", murmuró. Curiosamente, no estaba anotado el apellido. Sonrió ligeramente; tenía conciencia de que jamás necesitaría precisar el apellido. "Carla es Carla. Siempre ha sido Carla", volvió a murmurar. Permaneció mirando el contacto. Sin querer tocó en la pantalla táctil el icono del celular y de repente se activó la llamada. Experimentó una sacudida.

El móvil le bailó en la mano y cayó sobre sus muslos. Cuando lo recuperó con estabilidad, pero todavía con nerviosismo, fue directo a finalizar la llamada accidental sin tan siquiera reparar en si había sido respondida. Después de darla por finalizada, dejó escapar un suspiro en busca de aliento. Bajó el brazo con el cual operaba el móvil y levantó la vista en dirección a la pared. Pero no miraba la pared ni a objeto alguno. Más bien entregó su mente al recuerdo del tiempo con Carla, con quien tuvo una relación peculiar.

Carla siempre asumió la iniciativa en todo: las fiestas, los paseos, las amistades, los restaurantes, los encuentros sexuales, las compras... Hasta que una tarde, en medio de una animada charla de amantes en un pintoresco café de la ciudad, Carla le pidió, con alguna dosis de exigencia, una prueba de afinidad más allá de la relación de "amigos con derechos" que llevaban desde hacía meses.

Nada más te voy a pedir una cosa, ¡una sola cosa! -repitió enfáticamente.

Eladio respondió, acaso afirmativamente, con un leve movimiento de cabeza y quedó a la expectativa.

-Dame un beso aquí -dijo abriendo mucho sus grandes ojos avellanados.

En cuestiones de amor, Eladio habituaba a ser solícito, eficaz y generoso. Pero todos esos atributos los expresaba invariablemente en el ámbito de lo privado. En lo público se dejaba reconocer como un conservador. Incluso se sentía cómodo dentro de esa particularidad.

-¡¿Aquí, en público?! -exclamó y con sus brazos dibujó en el aire una panorámica de los tertulianos.

Ella asintió y escuchó una explicación desabrida.

Esa fue la última cita que concretaron los amantes-amigos. Eladio intentó en vano que ella se encontrara con él. Pasado un breve e infructuoso tiempo de espera, perdió las esperanzas y cada uno se dejó llevar por sus respectivos azares. Transcurrido más tiempo, coincidieron por casualidad en un mercado mientras hacían compras. Carla le dijo que preparaba viaje con el objetivo de fijar residencia en Europa. Eladio la felicitó, pero no pudo evitar el pesar en su rostro. Carla lo notó de inmediato. Eladio aprovechó para procurar que le aceptara una cita de despedida en privado, idéntica a las que solían tener en el pequeño apartamento de Eladio. Carla accedió con una media sonrisa. Pero al llegar el día declinó la invitación y le pidió que se encontrara con ella en uno de los cafés del centro histórico de la ciudad. Todo eso vino a la mente de Eladio en medio de uno y otro recuerdo de absoluta intimidad: las tórridas escenas de sexo que tuvieron las varias veces que se encontraron.

El timbre del celular sonó. Eladio salió de sus recuerdos sin la más mínima de las brusquedades. Se colocó el móvil en su oído derecho y respondió:

-¡Oigo!

-¡¿Eladio?! -preguntó del otro lado una voz femenina que a Eladio le llegó como con un sonido aflautado.

-Sí, Carla, soy yo -respondió de manera aparentemente calmada.

-No has cambiado en lo absoluto -dijo Carla a manera de sentencia.

-¡¿No?! ¿Cómo puedes saberlo, si hace mucho que no nos vemos?

-No necesito verte para saberlo. Siempre fuiste retraído: poco dado a exteriorizar emociones. Sé que hace algún tiempo tienes mi número de teléfono. Ahora me llamas y ni siquiera esperas que responda. Colgaste apenas al segundo timbre.

-Sí, en eso tienes razón -dijo resueltamente Eladio y de inmediato se soltó en un arranque de sinceridad y extroversión.

Le pidió una cita para ponerse ambos al día y lamentó haberla dañado, pero que no fue su intención y jamás pudo olvidarla. Eladio se sumió en una pausa, pero Carla lo ayudó sin el menor de los complejos:

-Sí, también sé que no me olvidaste. Y ahora, ¿qué? -preguntó de manera incisiva.

-Ahora quiero la cita que me negaste la última vez que nos vimos. Adoraría saber que recuerdas esa petición para una despedida. Solo que en esta ocasión ha de servir para celebrar el reencuentro.

-Recuerdo esa petición -dijo Carla en un tono de simpatía-. Creo que voy a aceptarla.

-¡No sabes cuánto me place, me reconforta, me anima! Es lo que más he querido durante este tiempo -confesó Eladio casi en tono de tragedia.

-¿Cuándo y dónde? -preguntó Carla con total resolución.

-He oído que vives sola -se apresuró Eladio-. Invítame a tu casa mañana por la tarde.

Carla demoró unos segundos hasta que respondió:

-De acuerdo. Ven a las tres de la tarde. Tomaremos café. Conversaremos. Brindaremos con vino, que no deberás traer, y finalmente accederé a que nos besemos. Así querías tu cita antes de mi partida... ¿o no?

Eladio había comenzado a moverse en el sillón como un adolescente. Le dio las gracias a Carla. Ambos se despidieron en medio de una carcajada.

Eladio se quedó mirando el celular. De pronto, lo guardó en el bolsillo del lado izquierdo del pantalón. Se deslizó hacia adelante en el sillón. Afincó el bastón en el suelo y con el antebrazo derecho hizo palanca en el brazo derecho del sillón con el objetivo de levantarse. Mientras se erguía, en su rostro se dibujó una mueca de dolor. Ya erguido comenzó a caminar despacio en dirección al dormitorio. Al llegar, se paró frente al espejo. Se miró fijamente: primero de frente, después del lado izquierdo y finalmente del derecho. Por último, pasó sus dedos huesudos por su cabeza matizada por una media calvicie de cabellos blancos y ralos.

En ese instante tuvo la impresión de que no había envejecido, aun cuando de aquella cita no concedida habían transcurrido cincuenta años.


La Habana, Cuba, septiembre de 2021.


Este cuento está incluido en mi libro Tan seguro como el tiempo, publicado por la Editorial Diversidad Literaria, Madrid, España, mayo de 2024.


 

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