Consenso y disenso para un mapeo del partidismo en una Cuba socialdemócrata
Apostillas a una investigación de José Ignacio Domínguez publicada en Cuba Próxima.
Por Emilio Barreto Ramírez
Recientemente Cuba Próxima. Centro de Estudios para el Estado de Derecho, ha publicado en cinco partes el extenso artículo científico "Futuros partidos políticos en una Cuba democrática", del investigador, docente y politólogo cubano-americano, José Ignacio Domínguez, cuya obra es tan abultada como enjundiosa. El texto parece tener varios años de redactado, a juzgar por la mención en presente a un analista político cubano fallecido en el segundo lustro de la pasada década.
El artículo de José Ignacio Domínguez rebosa interés por ser una investigación con un anclaje teórico conseguido por medio de un aparato categorial propuesto a las ciencias sociales desde las ciencias políticas y la sociología. A partir de un diagnóstico de la sociedad política cubana hasta el decenio anterior, el objeto de estudio procura una exploración de lo que pudiera constituir el escenario en el cual sean capaces de emerger partidos políticos de distinta filiación y tendencia una vez se haya enrumbado Cuba en un proceso de transición a la democracia. Jorge Ignacio Domínguez emplea como tubo de ensayo la experiencia de la transición en los países del campo socialista en Europa Central y del Este, pero sobre todo, como casos más puntuales, Rusia y Polonia. En ambos países, el partido en el poder se las compuso para, una vez declinado el socialismo real, protagonizar los cambios requeridos en los ámbitos de la economía y la cultura -sobre todo en el primero-, para focalizar en su interior el poder ya en pleno tiempo de cambio. En Rusia la estrategia surtió todo el efecto; en Polonia no fue igual debido tal vez a una ingenuidad del general Jaruzelski.
En Cuba, según puede inferirse en la investigación de Domínguez, debiera conformarse el tránsito de modo bastante parecido al de Rusia y en ello coincido, pues en el ámbito de lo público no hay -ni parece querer articularse- un cinturón de propuestas diversas salidas de formaciones políticas opositoras a las cuales se les pudiera considerar vigorosas. De hecho, en la indagación de Domínguez ni tan siquiera existe la posibilidad real de que el exilio miamense se integre plenamente al empeño para un proceso de transición a la democracia, pues éste -en su universo- se ha tornado variopinto y se muestra desde diferentes expresiones a partir de las circunstancias y los protagonistas de las distintas oleadas migratorias: esas diferencias arrojan dos perspectivas para una participación en el pugilato político dentro de la esfera pública en la Isla: por un lado están los del exilio histórico y en un tiempo posterior quienes llegaron a EE.UU. luego de iniciada la década de los noventa del siglo XX. Debo señalar que José Ignacio Domínguez llama diáspora a la inmigración cubana en EE.UU. El término lo encuentro reducido. La diáspora es mayor y hemos de reconocer dentro de ella a todos los emigrantes cubanos dispersos por el mundo. Al mismo tiempo, en la realidad miamense se ha acuñado el término exilio, el cual, de entrada, resulta innegociable para la inmensa mayoría de los cubanos que residen en la Florida y en ello -sospecho- les asiste la razón.
Ahora bien, para el partido en el poder el camino hacia el cambio no será expedito, porque la producción simbólica del socialismo cubano ha sido, durante más de seis décadas, arrasadora en el arco de la sociedad que va desde la sospecha hasta el autoritarismo y, por encima de todo, excluyente desde el punto de vista ideológico para la inserción del ciudadano en sociedad. En tal sentido, el sistema socialista se ha caracterizado por el encorsetamiento del ejercicio de lo político subordinado al canon de lo ideológico. Acaso por ello y por la absoluta ineficacia a la hora de enfrentar el crecimiento económico, en una época de cambio no habrá votante que desee depositar su confianza en la sigla PCC para una transición a la democracia. El partido en el poder de seguro tendrá que refundarse en el contenido y en la forma para -al estilo de los partidos de centro izquierda que habitan la social democracia en la Unión Europea- conseguir un nivel de relaciones internacionales capaz de permitirle, además de simpatías en el electorado cubano, un reconocimiento tangible a manera de aval político ante cualquiera de las socialdemocracias del Primer Mundo. La tarea sería harto difícil, pero no imposible, porque en definitiva en Occidente las instituciones culturales relevantes se han hallado históricamente controladas por la izquierda. Ello, por varias razones. Ahora mismo nada más apuntaré una: la insistencia de los partidos de centro derecha en ejercer, dentro de su gestión, una estricta racionalidad para el crecimiento de la economía. No es menos cierto que en la prioridad de insuflar las economías nacionales han sido exitosos, pero también el estricto e indivisible apego a la razón productiva les ha deparado una orfandad visible como consecuencia de la falta de un pensamiento que les facilite acometer políticas públicas encaminadas a la justicia social. Y en esa zona del discurso político, social y cultural la izquierda primermundista ha sabido generar propuestas absolutamente compatibles con el modelo de la socialdemocracia. Por si esto fuera poco, las izquierdas latinoamericanas que inteligentemente se distancian del bolivarianismo con metástasis de Maduro, así como del sandinismo infecto del binomio luciferino que conforman Ortega y Murillo, han logrado muy buenas alianzas intelectuales en las zonas de la academia y la literatura con lo más avanzado de las universidades y las instituciones de la alta cultura de inspiración izquierdista en Europa Occidental. Si en un tiempo de cambio el partido de poder en Cuba hiciera por intentar un posicionamiento razonable, o sea, alejado definitivamente de la práctica de la exclusión sobre la base del rasero de lo ideológico y se enfocara en reconocer el dinamismo empresarial resultante de la puesta en vigor de la economía de mercado, no es desestimable que en el proceso de transición a la democracia sea gratificado en algún por ciento visible con el favor del electorado. Sin embargo, al menos hoy, lo que acabo de apuntar se corporeiza de manera nada más amorfa: al modo de una entelequia.
Hay otra indagación de Jorge Ignacio Domínguez con la cual difiero de forma absoluta. Se trata de las posibilidades de aparición de un partido cuya apuesta sea por la socialdemocracia cristiana. Para Domínguez no hay posibilidades para tal emergencia, porque toma demasiado en cuenta el por ciento de católicos practicantes en Cuba: un país que se caracterizó durante todo el siglo XX por evidenciar flujos discretos de catolicismo práctico no sólo durante los tiempos de férreo desentendimiento entre el gobierno comunista y la jerarquía católica, el cual degeneró en etapas donde las muestras tanto individuales como institucionales de catolicismo fueron desde molestadas hasta reprimidas por la práctica de medidas políticas que iban de la restricción social a través de la imposición del canon estalinista de lo ideológico, hasta el confinamiento en campos de trabajos. También durante la República Burguesa la práctica del catolicismo en Cuba estuvo muy lejos de arrojar por cientos descollantes de religiosidad profunda a juzgar por el discreto número de miembros en las comunidades parroquiales, pero aún así la Iglesia católica lograba condicionar bastante la sociedad con algunos perfilamientos que no salían únicamente del púlpito, sino de los medios de comunicación y de las decenas de centros educativos esparcidos por toda Cuba desde la educación primaria hasta la universitaria. Por eso la observación de Domínguez me resulta cuando menos sesgada: puede que el follaje del bosque no le esté permitiendo atisbar las casas del pueblo que se hallan inmediatamente detrás. Vaticinar la no emergencia de un partido de la socialdemocracia cristiana en una Cuba futura a partir de los resultados de una investigación al mismo tiempo cuantitativa, es caer en la trampa que suele tender la ciencia positivista cada vez que se lanza a analizar la sociedad postindustrial: caracterizada precisamente por el despliegue de la subjetividad en los sujetos individuales y colectivos.
En Cuba -y en cualquier parte del hemisferio occidental-, la socialdemocracia cristiana tiene posibilidades de emerger con una fuerza absolutamente inusitada, incluso hasta sin demostrarlo en el ámbito de lo público, es decir, sin necesidad de salir explícitamente al ruedo de lo social para ascender al poder central del Estado. ¿Y esto, cómo es posible? Pues porque la Iglesia católica es una institución columnaria, en la cual los flujos de comunicación para una producción de simbología en el espacio de lo público será siempre algo estrictamente coordinado desde la más alta jerarquía. De modo que si en la Cuba del cambio los obispos cubanos decidieran la fundación de un partido socialdemócrata cristiano, aún con el mínimo de militantes, pues lo lanzarían al ruedo probablemente no para insertarse en la lucha por el poder central del Estado si fuera el caso, sino, por ejemplo, para desviar votantes indecisos de candidatos muy liberales para otros menos liberales, o conservadores donde los haya.
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Mariano Aramburo. Miembro de la Academia Católica Cubana de Ciencias Sociales y Delegado a la Asamblea Constituyente de 1940. |
La Iglesia católica es una institución de derecho público que ha sabido posicionarse flexiblemente al interior de las naciones, sabedora de que ya no será nunca más la institución que durante siglos ostentó el poder absoluto del Estado. Hay varios eventos histórico-sociales que fueron cercenando irremediablemente la condición de la Iglesia como institución supra: capaz de disponer del poder, tanto el celestial como el temporal. Primero fue la Reforma Luterana, la cual produjo reconsideraciones teológicas que lesionaron el poder absoluto del discurso del Vaticano. La Reforma Luterana recibió como respuesta la Contrarreforma. Después fue el proceso académico mediante el cual las ciencias jurídicas concibieron el Derecho como una disciplina positivista. Ello paulatinamente le fue restando importancia al estudio del Derecho Natural o Iusnaturalismo religioso tan presente en la filosofía aún después de la escolástica. Sin embargo, para la preservación del discurso del iusnaturalismo, los filósofos y teólogos del catolicismo en Occidente lo han ido integrando a la perspectiva de la ética de matriz cristiana, dentro de la cual se encuentran los pertrechos del tomismo y la filosofía de san Agustín, ambas libres de lo más arcaico de la escolástica. El tercer desafío lo planteó el Renacimiento italiano en una suerte de laboratorio sociológico que demostró la centralidad del mercado como un proceso inminente. La solución teológica fue aprovechar la esencia renacentista al verla como un giro copernicano cultural para introyectarlo más allá de la eclesiología, precisamente en los ámbitos civiles donde la Iglesia suele ser más fuerte: en la educación, la investigación científica, el ejercicio de la alta cultura y la política. Finalmente fue la Revolución Francesa: un evento definitorio que terminó de arrebatarle a la Iglesia el poder sobre los colectivos sociales, esto es, el poder temporal, sobre la base de la separación entre la Iglesia y el Estado, más el ejercicio de la crítica. Era la decisión irrenunciable de colocar todo ante el tribunal de la razón.
De manera que la aparición de la Reforma Luterana, la concepción del Derecho como una ciencia positivista, el Renacimiento y la Razón, terminaron por convencer al Papado acerca de la emergencia de una tarea eterna: procurar en cada nación el reposicionamiento flexible de la Iglesia desde una triple misión que han dado en nominar cultual, caritativa y profética. Esta triple misión se expande bien en el pastoreo de las almas, la enseñanza en todos los niveles educativos y en la mediación ejercida a través del discurso de la perspectiva eclesial en la alta política. Aquí incluso me atrevo a decir que el acervo cultural, esto es, teórico y práctico de la Doctrina Social de la Iglesia propuesta e inaugurada por el papa León XIII es todo lo eficaz que no alcanza a ser el racionalismo económico de la derecha tanto en Europa como en Estados Unidos. De paso, es una espina clavada en el centro del brutal capitalismo de Estado que suelen practicar los regímenes totalitarios de izquierda.
Así que perfectamente los obispos cubanos -si lo estimaran- pudieran sugerir, recomendar, alentar, decidir y finalmente apoyar la conformación de un partido socialdemócrata cristiano con un mínimo de miembros, el cual pudiera crecer poco, o tal vez nada, pero sí le permitiría a la Iglesia influir, sobre la base de un grupo de presión social con acceso a instituciones educativas y a los medios de comunicación, no en militantes y sí en electores, o sea, en población capaz de ejercer el voto. Y más si existiera la posibilidad de mover ese voto en dependencia del comportamiento que exhiba en la sociedad el debate no entre la izquierda y la derecha, sino entre el influjo del liberalismo y el del conservadurismo. Si esta tesis pudiera resultar abstracta, tomaré como apoyatura un ejemplo de suceso político:
En la campaña electoral estadounidense de 2004, el candidato opositor John Kerry, senador demócrata, abrió el debate con ventaja apreciable frente al presidente republicano, George W. Bush. Aún cuando Kerry era y es declaradamente católico, apenas dejó ver en su futuro programa de gobierno la aprobación del aborto, los cardenales estadounidenses no dudaron ni cejaron en verter todo su apoyo a la campaña del presidente Bush, cuyo programa de gobierno para un segundo mandato constituía un reforzamiento del conservadurismo al interior de la sociedad estadounidense.
El futuro del partidismo en la Cuba para una transición a la democracia pudiera ser, en algunas zonas y en determinados momentos del espacio de lo público, bastante más claro a pesar de lo difuso que no pocas veces suele profetizar la investigación social en los instantes en los cuales apela a los instrumentos del positivismo.
Valencia, España, agosto de 2025.
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