Dislates del sanchismo

Por Emilio Barreto Ramírez

Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del gobierno español

Inmediatamente después de su investidura en el Congreso de los Diputados como presidente del gobierno, luego de haber perdido las Elecciones Generales de 2023, Pedro Sánchez nombró los miembros de su abultado Ejecutivo. A la totalidad de las designaciones la calificó ante la prensa como "un ejecutivo de alto nivel político para una legislatura de alto nivel político". Dos años después hemos tenido nada de lo primero y cero de lo segundo.

Si procuráramos una definición laica del vocablo política, es decir,  sin pretensiones teóricas ligadas a categorías de análisis y aparatos conceptuales, estaría bien afirmar que la política es un sistema de habilidades formado por pesos y contrapesos, esto es, todo lo contrario de cuanto le ha deparado el sanchismo a la sociedad española en estos veinticuatro meses. En el ámbito de las relaciones internacionales, precisamente donde más se ha de poner en juego el arte de equilibrar los pesos y contrapesos, Sánchez reconoció a Palestina como un Estado en un momento absolutamente impropio y sin que, a derechas, el tino de cualquier político español de mediano alcance, pueda ser capaz de indicar cuál es el instante propicio para tal decisión de absoluta dimensión geopolítica. Semejante torpeza con toda seguridad le seguirá acarreando a España mayores problemas en las relaciones internacionales aún después de Sánchez.

Más recientemente aparece el cantinflismo en la OTAN -sin ofender a Cantinflas- en lo concerniente a la firma del acuerdo del porciento de gasto del PIB en defensa. Otro gran desafuero es el tratamiento absolutamente epidérmico dado a la presencia de Edmundo González Urrutia en España. El político venezolano resultó electo en 2024 presidente legítimo de Venezuela en unas elecciones que terminaron amañadas por Nicolás Maduro. También puede citarse la retirada del embajador de España en Argentina, después de la rabieta que le produjo a Sánchez la sorna con la cual se refirió a él Javier Milei, presidente de Argentina, durante una brevísima estancia en Madrid para participar en un evento internacional capitalizado políticamente por Santiago Abascal, líder de Vox. Luego está el reconocimiento del Sahara Español como territorio de Marruecos y la negociación absolutamente desventajosa para España en relación con Gibraltar. En el ámbito de la política local el rosario es aplastante. Por eso nada más traeré a colación la Ley de Amnistía concebida como plato a la carta para los separatistas del País Vasco y los del Procés, en Cataluña. Todas y cada una de estas oblicuidades de Pedro Sánchez van directo a testimoniar la búsqueda de la polarización en la esfera pública española y son conducentes a la fractura de la institucionalidad y -lo que es mucho peor- a la más absoluta desvirtuación de la identidad de España como pueblo y nación. Veámoslo algunas por partes:

Primero. El reconocimiento del Estado de Palestina, además de socavar hasta el tuétano la relación estratégica con el gobierno y el pueblo de Israel, es un acto de flagelación de la historia de España. No se puede perder de vista -¡jamás!- que el sur de España es cuna de las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Ha de tenerse siempre a buen recaudo que durante 1992, a razón de las celebraciones por el Quinto Centenario del Descubrimiento de América, Andalucía sirvió de acogida para un encuentro mundial de las tres culturas, religiones o pueblos, como se le quiera ver. La elección de España para organizar ese evento jamás resultó gratuita, porque en política nada es gratuito. Si en tiempos del Santo Oficio el Reino de España fue hostil con el pueblo judío, el Encuentro Internacional de 1992 fue el acto consciente y lúcido del gobierno de Felipe González para borrar aquella leyenda negra que ahora Sánchez ha vuelto a transparentar.

Segundo. El cantinflismo en la OTAN hace tambalear la condición de España como aliado histórico de Estados Unidos. Además de España ni por asomo aparecerá  otro país dando esa nota discordante en el seno de la Unión Europea. Hay los requeridos talante, glamour y clase en el resto de los políticos de la Unión Europea para tomar distancia de la postura sanchista que reproduce, a manera de astracanada, un remedo de alarde antiyanqui propio de gobierno de republicanismo bananero enclavado en el Caribe en tiempos del socialismo real.

Tercero. El ninguneo propinado a Edmundo González Urrutia más la retirada del embajador de España en la República Argentina constituyen dos muestras palpables de la ignorancia de Pedro Sánchez en lo que concierne a la historia de España, así como de algo peor: el descompromiso con la memoria fundacional de España como país con una cuota tangible de protagonismo en el devenir de la civilización occidental. Los problemas y las incomodidades políticas, así como los disgustos y las burlas originados en cualquier país de Hispanoamérica jamás podrán resolverse con el retraimiento diplomático y mucho menos con la amenaza de ruptura de relaciones salidos de parte del gobierno de España.

Este episodio tan desafortunado es mucho más elocuente de lo que puede verse a simple vista. En la historia de las sociedades no existe país o institución que haya tenido el poder absoluto, lo haya perdido y se haya resignado a no recuperar tan siquiera un posicionamiento flexible en aquellos lugares donde alguna vez, dada su condición imperial y de potencia militar, rigió los destinos de grandes colectivos de personas. Así ha sucedido con la Iglesia católica, cuyo poder fue absoluto en todo Occidente hasta que la Revolución Francesa declaró el advenimiento de la Era Moderna y con ella proclamó la separación entre la Iglesia y el Estado. A partir de entonces el pensamiento teológico del catolicismo se dedicó a fundamentar una teoría social que le permitiera participar en todas y cada una de las sociedades occidentales como una institución de derecho público, avalada por un Estado con una jerarquía eclesial -y a la postre política- incapaz de coartar su presencia en cada país; más bien todo lo contrario, la presencia de la Iglesia en cada nación es para preservar las relaciones de buena voluntad en todos los ámbitos. Bien se sabe acerca de la experiencia de la Iglesia en las mediaciones políticas para la resolución de conflictos. Otro tanto de enorme significación hay que apuntarle al Reino Unido de la Gran Bretaña en el cuidado de su relación con todos los países anglófonos.

El caso de España es lamentable, porque Hispanoamérica ha sido sacada de las agendas de La Moncloa. En realidad, los únicos presidentes de gobierno que mantuvieron una presencia sostenida y aportadora de España en las otrora provincias de ultramar han sido Felipe González y José María Aznar, aunque tal política de olvido se ha hecho latente desde el desastre gubernamental de José Luis Rodríguez Zapatero y, por supuesto, en el sanchismo. América Latina ha de ser, siempre, una plaza de presencia irreversible e impostergable de España, sobre la base de unas relaciones de entendimiento a prueba de toda contingencia.

Cuarto y final (a modo de apostilla y de llamamiento). ¿Qué puede esperar Hispanoamérica de España si por medio de una Ley de Amnistía es la propia España la que nada podrá esperar de sí misma? La Ley de Amnistía es la fractura de toda la sociedad española. Lo más seguro es que al nivel del ciudadano común, o sea, el de a pie, todavía no se tenga conciencia de la dimensión de negatividad real de este paso de disolvencia de una enorme cultura fundacional de realce universal que, con total seguridad, será reducida a la más recóndita de las inopias.

Comentarios

  1. https://viajesidentitarios.blogspot.com/2025/07/dislates-del-sanchismo.html?spref=fb&m=116 de julio de 2025, 12:19

    Se puede decir más pero no mejor. Excelente sintesis de hechos y análisis de 7 años de desgobierno sanchista. Gracias.

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