La primera entelequia autonomista en Cuba

Por Emilio Barreto Ramírez

El contexto excesivamente calamitoso en el cual se halla sumida Cuba y toda su institucionalidad -empezando por la economía- ha venido a destapar en las redes sociales un tema que no se menciona en el sistema oficial de medios de comunicación de Cuba y mucho menos se discute: la presencia del reformismo autonomista y el anexionismo en la historia política de la Nación. Al primero voy a referirme.

El autonomismo se halla presente en no menos de tres momentos de la historia de Cuba: primero en el período 1820-1823, después en el lapso 1878 hasta avanzada la década de 1880, y finalmente en 1897. Los historiadores empíricos suelen aproximarse única y exclusivamente -de manera jubilosa- a la más o menos eclosión autonomista en la isla de Cuba una vez terminada la primera guerra de independencia: cuando el autonomismo disputaba un espacio de privilegio frente al separatismo, por un lado, y la intransigencia de la Metrópoli, por el otro. En efecto, se trata de una época de auge de la perspectiva de una Cuba todavía dentro de España, pero con capacidad de autodeterminación a ser concedida por la Corona, esto es, un gobierno insular perfectamente estructurado y la presencia de diputados cubanos en el Parlamento Español con plenitud de voz y voto, o sea, con absoluta igualdad entre los españoles de la Península y los de Ultramar. Aquel reclamo fue reducido a entelequia tanto por la Corona de España como por el independentismo en la isla de Cuba.

Presbítero Félix Varela Morales

Probablemente el primer diseño legal para una concreción autonómica en Cuba data de fines de la década de 1810 y aparece en el discernimiento político del padre Félix Varela y Morales, quien había sido animado por el obispo Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa para que asumiera la Cátedra de Constitución del Seminario Conciliar de "San Carlos y San Ambrosio". Varela se había dedicado, incluso desde antes de graduarse como Bachiller, de la Cátedra de Filosofía que heredó del padre José Agustín Caballero. El padre Varela poseía una sólida formación en Filosofía y desde su labor como docente en esa Cátedra consiguió granjearse no sólo alumnos aventajados sino discípulos. Pero el obispo Espada, también de una formación académica y una cultura colosales, vio en Varela un intelectual capaz de ejercer alta política y empezó a alentarlo para que se formara en leyes, ejerciera la docencia en una Cátedra de Constitución con el objetivo de  que pudiera incluso llegar a diputado en las Cortes de Cádiz.

Durante su formación como docente especializado en leyes, Varela se mantuvo muy atento a las revoluciones independentistas desde México hasta Chile y Argentina. El pensamiento de Varela entonces puede enmarcarse dentro de un reformismo autonomista: era un entusiasta en relación con la permanencia de la isla de Cuba dentro de España, pero entendía que la Metrópoli debía reconocer las repúblicas americanas de reciente constitución. Cuando la preparación de Varela se dejaba ver como notablemente vigorosa, el obispo Espada lo propuso para diputado a Cortes por la isla de Cuba.

Apertura de las Cortes de Cádiz en 1820.

A las Cortes de Cádiz, para la Convención de 1820 a 1823, Varela llegó en 1822: dos años después de iniciada la Asamblea. Llevaba tres propuestas. La primera consistía en un proceso para la abolición de la esclavitud. La segunda era el reconocimiento, por parte del Reino de España, de las repúblicas americanas de reciente conformación. La tercera era la creación de una comunidad de naciones ibéricas, formada por Cuba, La Florida, Puerto Rico y Santo Domingo. Para el diputado criollo la experiencia probablemente distara de haber sido de total plenitud. Ciertamente, aprendió los laberintos del cabildeo político en medio del fragor liderado por el liberalismo peninsular visiblemente influido por los avances de la Modernidad en Francia, Italia, Inglaterra y Alemania. Pero, por dos razones, no tuvo oportunidad de mostrar sus propuestas bien fundamentadas: la primera, porque en el momento de su arribo a España, el debate parlamentario ya estaba centrado precisamente en la relación política del Reino de España con las repúblicas sudamericanas recién constituidas. La intransigencia de la Corona al respecto había posibilitado que la discusión encendida en el plenario derivara todo el tiempo hacia la incapacidad de Fernando VII para reinar. El tema devino medular y los asambleístas decidieron llevarlo a votación. El resultado fue el consenso en torno a la incapacidad del Monarca para ostentar la Corona. El padre Varela, quien desde su formación en filosofía se transparentaba como un moderno, seguramente en el año en el cual presenció los debates en las cortes caditanas, terminó de reforzar sus pertrechos como un pensador liberal al menos en política. Varela fue uno de los tantos liberales que votó la incapacidad de Fernando VII como Rey.

De inmediato, el Monarca emitió una orden de condena a muerte para cada uno de los votantes. Varela estaba entre los condenados. Por ello se vio precisado a huir en un barco que zarpó de la Península, cuya travesía terminaba en los Estados Unidos de América, donde vivió exiliado por el resto de su existencia. Al arribar al exilio contaba 35 años de edad; al fallecer, en 1853, 65.

En realidad, Varela nada más tuvo oportunidad de referirse al segundo tema de los tres que llevaba a la Convención. Debe recordarse que el segundo período constitucional de Cádiz acordó la igualdad de derechos entre los españoles de ambos hemisferios. Pero la monarquía española del XIX, en cualquiera de sus provincias de Ultramar, no estaba preparada para ceder terreno a los criollos en lo relacionado con la gestión de la cosa pública y mucho menos en el nivel de la alta política. El padre Varela salió de Cuba hacia las Cortes de Cádiz siendo autonomista. En la vorágine de las discusiones parlamentarias, o sea, más por lo que vio y palpó y no tanto por libros leídos, seguramente avanzó en su orientación autonomista. Pero la arbitraria, injusta y grosera condena a muerte decretada por Fernando VII lo habrá llevado a terminar de decantarse por el independentismo más radical. Luego, ya exiliado en los Estados Unidos, y trabajando a pesar de la feroz persecución del Monarca, dedicó tiempo e intelecto para, desde las páginas del periódico El Habanero, educar a jóvenes ilustrados dentro de la isla de Cuba que mostraban inquietud hacia la búsqueda de la independencia. De ese modo se radicalizó aún más frente a todo régimen político que trajera para Cuba cualquier condicionamiento a la independencia. Del mismo modo se comportó de manera muy suspicaz a propósito de los ofrecimientos militares salidos tanto de México como de Colombia para la consecución de la independencia de Cuba. En relación con ellos, siempre manifestó que la independencia de Cuba era justo fuese lograda por esfuerzo propio.

Portada de El Habanero.

Su proyecto de crear una especie de comunidad de naciones ibéricas partía del hecho de que España reconociera la independencia de las ex provincias españolas en América del Sur, ahora en la condición de naciones erigidas en repúblicas, así como la posibilidad de reconocimiento o mantenimiento de un autonomismo comunitario, según la voluntad de los pueblos concernidos y del establecimiento de relaciones políticas y económicas entre España y todas ellas. La propuesta no llegó a ser discutida en las Cortes; tal vez debido al dramático final de la Convención. O porque no interesó en lo más mínimo. Pero de haber sido aprobada, habría sido una realidad anterior al Conmonwealth británico. Entonces la historia del mundo sería muy distinta a la que hemos vivido en Hispanoamérica y casi con total seguridad a la que vive hoy la nación española a tenor de las deplorables zancadillas politiqueras que ejecutan una y otra vez los separatistas en Cataluña y el País Vasco, respectivamente. Entre otras cosas porque la comunidad de naciones ibéricas no era un proyecto de países confederados, sino una comunidad de pueblos españoles que reconocía a España con toda su fuerza fundacional y a la Monarquía como rectora de la Nación.

La historia fue de otro modo: los cubanos cargamos sobre nuestros hombros y espalda, la eticidad de dos guerras de independencia libradas en la Cuba del último tercio del siglo XIX, las cuales constituyen el rasero para significar que, desde entonces, los cubanos hemos estado siempre llamados a conducir nuestro propio destino. Ahora, en la actualidad, inevitablemente será, cuando llegue el momento, sobre la base de una transición a la democracia, a la cual es preciso nos adentremos lo más desempercudidos posible de los diferentes tiznes anexionistas.

Referencia:

La Patria entre la Cruz y la Espada. Eticidad en el periodismo y el ensayo independentistas de Félix Varela (Cuadernos 9 y 10). Autor: Emilio Barreto Ramírez. Editado por Cuba Posible. La Habana, 2015.  

Comentarios

  1. Gracias por abordar un tema insuficientemente tratado en nuestra historia grafía.

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  2. Excelente; con tu permiso, lo comparto.

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  3. Excelente artículo. Magnífico análisis de momentos de la historia de Cuba, España y resto de Ámerica, con guiño incluído a la actualidad de la Isla grande.

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