Instante desmovilizador
Enrique cumplió 65 años. Esa mañana se levantó, se estiró frente al espejo de su dormitorio y, después de un bostezo espectacular, exclamó en voz baja: "¡Llegó la tercera edad!". A los 65 se sentía muy bien: su salud era magnífica, así como su forma física, resultado de sus frecuentes visitas al gimnasio: hacía cardio, calistenia y algunas pesas, acaso cuatro o cinco veces por semana. Laboralmente rendía mejor porque teletrabajaba y sabía acomodar bien su tiempo para las rutinas que le apasionaban: escribir artículos para publicaciones periódicas, ejercicios físicos, lectura de novelas, escuchar música, encontrarse con amigos y, sobre todo, conquistar mujeres jóvenes: tarea que, hacía poco, había notado que comenzaba a serle desde esquiva hasta infructuosa. "A partir de los 60, las jóvenes no solo no te miran, sino que no te ven", había susurrado para sí mismo a la salida de una reunión en la redacción del periódico para el cual trabajaba. Pocos años antes, aún sin...